Una carretera sinuosa junto a un tranquilo lago al atardecer, con el perfil de las montañas y una luz dorada que ilumina el cielo y el paisaje.

29 sept 2025

Bajo el hechizo del sol de medianoche noruego

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Hay viajes que marcan para siempre. Nuestro road trip por Noruega fue uno de ellos. Sobre todo porque allí vimos por primera vez el sol de medianoche. Este fenómeno al norte del Círculo Polar Ártico, donde las noches desaparecen, nos dejó completamente fascinados. De repente, el sol ya no se ponía y el tiempo parecía detenerse. En lugar de una breve hora dorada, la luz cálida y suave bañaba el paisaje durante horas, abriendo nuevas posibilidades fotográficas.

En este viaje llevaba mi Sony A7IV con la luminosa “trinidad” TAMRON para montura E: el 17–28mm, el 28–75mm G2 y el 70–180mm G2. Con ello podía abarcar desde amplios paisajes y escenas en la furgoneta hasta composiciones de detalle en la montaña. El equipo se completaba con el TAMRON 150–500mm F5–6.7. Gracias a este conjunto probado, tuve la libertad de capturar cada escena tal como se sentía.

Una nueva sensación de libertad

Una nueva sensación de libertad

El sol de medianoche fue mucho más que un fenómeno natural: marcó todo nuestro viaje. Al tener siempre luz, daba igual salir de excursión a las 19h o estar en una cima a las 2 de la madrugada. Podíamos organizar nuestros días con total libertad, ser más espontáneos, esperar a que pasara el mal tiempo y aun así pasar horas al aire libre. Los días parecían más largos, más intensos, y percibimos el paisaje de una manera totalmente nueva.

No solo las cumbres eran mágicas, también el simple hecho de estar en camino. Cuando no caminábamos, recorríamos carreteras solitarias mientras el sol flotaba sobre el horizonte. Una y otra vez parábamos, abríamos las puertas de la furgoneta y tomábamos la cámara. No solo los paisajes en sí, también las perspectivas a través de las ventanas, retrovisores o el parabrisas nos permitían documentar el viaje tal y como lo vivimos: no como imágenes “terminadas”, sino como el proceso de estar en movimiento.

Pero esta libertad también tenía su lado complicado. Era extraño acostarse por la mañana después de una caminata mientras afuera todo estaba iluminado. El cansancio apenas llegaba y, en cambio, sentíamos casi la necesidad de estar siempre activos. Las máscaras para dormir se convirtieron pronto en compañeras imprescindibles para poder descansar a pesar de la claridad.

 

Excursiones en luz interminable

Aprovechamos cada oportunidad de buen tiempo para descubrir nuevos lugares. Estas fueron nuestras rutas favoritas:

Una persona con una chaqueta roja está de pie en un acantilado y contempla un pintoresco paisaje de fiordos con montañas y la puesta de sol al fondo.

Reinebringen

La subida al Reinebringen fue todo un reto: casi 2.000 empinados escalones de piedra que parecían no acabar nunca. Pero la vista de 360° desde arriba compensó cualquier esfuerzo. A nuestros pies se extendía el pequeño pueblo pesquero de Reine, rodeado de picos dramáticos y fiordos iluminados por el dorado.

Una oveja con un collar rojo se encuentra al atardecer en un terreno rocoso, con montañas y un lago al fondo.

Måtind

El Måtind fue muy distinto. Aquí no solo la meta, sino el camino en sí estaba lleno de magia. Una y otra vez se abrían panoramas suaves, bañados de luz. Pequeños grupos de ovejas a lo largo del sendero hacían la escena aún más idílica. Avanzamos sin prisa, parando constantemente, con la sensación de que el paisaje cambiaba a cada instante.

Una persona se encuentra en un terreno rocoso y contempla, al atardecer, una espectacular cima montañosa y un tranquilo fiordo, con montañas nevadas en la lejanía.

Hesten

con vistas al Segla

Llegamos tarde a la caminata hacia Hesten, justo cuando el sol volvía a salir. Subimos los últimos metros jadeando, pero llegamos a tiempo para contemplar el Segla en todo su esplendor. El pico brillaba como una escultura majestuosa bajo la luz dorada de medianoche. Para mostrar su imponente tamaño en las fotos, conviene incluir personas en el encuadre. Eso sí, con mucha precaución: el acantilado aquí cae varios cientos de metros en vertical.

Un árbol solitario se alza junto a una cascada en un acantilado rocoso, con un puente de madera y montañas al fondo, al atardecer.

Litlverivassforsen

en el Parque Nacional Rago

Nuestro último gran momento fue la ruta en el Parque Nacional Rago hacia el Litlverivassforsen, una poderosa cascada que ruge en medio de la naturaleza salvaje. El camino nos llevó por turberas, bosques y miradores hacia paisajes intactos. Al llegar arriba, se abrió ante nosotros un panorama que, bajo la luz dorada, parecía de otro mundo.

La bruma de la cascada brillaba mientras cruzábamos un estrecho puente colgante y montábamos la tienda junto al lago de montaña. Dormir era casi imposible: la atmósfera era demasiado irreal. En lugar de descansar, salí con la cámara en busca de nuevas perspectivas, capturando la interacción entre agua, luz y roca. Como estábamos completamente solos, aquello se sintió como una libertad que solo existe en lo salvaje.

Una mujer vestida de negro y con gorra camina por una carretera hacia unas montañas bañadas por el sol, rodeadas de vegetación.

Fotografía en luz dorada continua

El sol de medianoche cambió por completo mi ritmo fotográfico. En lugar de perseguir un único momento fugaz, podía dejarme llevar sabiendo que la luz perfecta duraría horas. Con esa uniformidad de iluminación, valía la pena experimentar más con perspectivas y focales.

Con el 17–28mm capturé grandes panoramas: fiordos, carreteras, cordilleras sin fin. El 28–75mm fue mi objetivo más usado, ideal para documentar nuestra vida en ruta: escenas en la furgoneta, retratos, encuentros con ovejas o momentos de senderismo. El 70–180mm me sirvió para acercar la profundidad de las montañas, condensar estructuras y aislar detalles en la luz suave.

 Gracias a la luminosidad F2.8 y a la luz permanente, rara vez necesité trípode: incluso en plena “noche” la luz bastaba para disparar a pulso. El 150–500mm, finalmente, me permitió capturar picos lejanos o animales sin molestarles. Cada objetivo tuvo su función, pero al final fue la luz del sol de medianoche lo que unió todas las impresiones.

Cuando el tiempo deja de importar

El sol de medianoche definió nuestro viaje por Noruega. Nos robó el sueño, pero nos regaló la libertad de estar siempre al aire libre, sin mirar el reloj. Caminatas, trayectos y paradas improvisadas adquirieron una intensidad única bajo esta luz dorada y eterna. Quien una vez haya estado bajo el sol de medianoche nunca volverá a ver la luz de la misma manera.

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